16 de mayo de 2025
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Imagen tomada de Internet

 

José Arellano Pérez

 

 

«Nosotros y los nuestros, todos hermanos nacidos

de una sola madre, no creemos que seamos esclavos ni

amos unos de otros, sino que la igualdad de nacimiento

según naturaleza nos fuerza a buscar una igualdad

política según ley, y a no ceder entre nosotros ante

ninguna otra cosa sino ante la opinión de la virtud

y de la sensatez.»

Aspasia (siglo V a.C.), maestra de Pericles

 

La democracia representativa, a la que denominamos democracia a secas, casi siempre, implica según los clásicos, que los muchos ponen en manos de los pocos las decisiones fundamentales de la vida pública.

Este acto de “confianza” y delegación del poder popular en unos cuantos que asumirán las decisiones, se realiza a través de un proceso de votación, mediante el cual la ciudadanía emite sus preferencias y “decide” quiénes son los mejores para tomar las riendas de las instancias de poder.

Siempre han existido mecanismos diversos para elegir a los gobernantes.

Estos mecanismos tienen un mayor o menor grado de participación de la gente y, por lo tanto, un mayor o menor acercamiento a la toma de decisiones.

El caso es que nuestro sistema de elecciones actual, implica en los hechos un alejamiento cada vez más amplio entre los que gobiernan y los ciudadanos en general.

Esta situación impide que los gobernantes adquieran, en los propios procesos de elección, una mayor legitimidad, ya que la votación es un acto efímero, que deja para después la participación más directa y que, por lo tanto, aleja la posibilidad de un mayor compromiso de la gente con su propio gobernante.

Aunado a eso, resulta que la política, tal como la practicamos, se ha convertido en una arena de confrontación en donde la descalificación de los adversarios políticos parece ser algo necesario para “triunfar” en los comicios.

Pareciera que, ante la imposibilidad de proponer y hacer creíble un proyecto político, sólido y argumentado la preferencia es hacia lograr que el adversario que se ve con mejores posibilidades “baje” a un nivel promedio que permita una contienda más equilibrada.

Evidentemente esto trae como consecuencia que la ciudadanía, encuentre cada vez más motivos para alejarse de lo que denominamos política, y dejar ese terreno para los “políticos profesionales”

No obstante, esto demerita el acto fundacional de la democracia que es la confianza en que los que toman las decisiones están capacitados y cuentan con intenciones superiores a las de su propia conveniencia.

Es aquí donde específicamente entra el término EGOPOLÍTICA, que no es otra cosa que la política dominada por el EGO.

El EGO, es una especie de piloto automático, que domina nuestras vidas y nuestras decisiones, cuando nosotros nos mantenemos en la inconsciencia del SER.

Una política dominada por el EGO, no puede ir más allá de los intereses personales y de grupo, porque está basada en el miedo y en la desconfianza hacia la vida.

Paradójicamente la POLÍTICA, así con mayúscula, es una actividad que busca el bien común, es decir, es TRANSPERSONAL, que quiere decir que va mucho más allá del EGO, que actualmente domina nuestra forma de hacer política

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